lunes, 31 de agosto de 2009

VUESTRA VIEJA VIDA


¿Cuántas horas perdió ella por no preguntarle a las horas dónde se escondían?
¿Cuántos días perdiste tú?
¿A cuántas semanas levantaste de la cama sin avisarles que el cielo amanecía lluvioso?

¿A cuántos meses levantó ella?
Y hoy le preguntas si perdisteis el tiempo. Por fin preguntas algo. Ella más bien cree que el tiempo os perdió la pista. Y flotasteis… un poco por flotar y otro poco por no sentir los pies en la tierra. Ahora todo ha pasado, y ella está más tranquila. Y tú sigues aquí, no se si más tranquilo o más nervioso, pero sigues más aquí que cuando ella estaba cerca. A veces la vida necesita no ser sentida. Necesita que la dejen en paz, que está muy mayor ya la vida. Y entonces se sienta en la vieja mecedora del tiempo, y solo quiere mecerse, un poco para atrás, y otro poco para adelante. A veces solo quiere mecerse. Descansar un rato. Que está muy cansada la vida. Quizá fue aquel año y medio, cuando sentisteis que de tantas cosas que podían pasar, nunca pasó nada. Quizá fue aquel año y medio cuando vuestra vida decidió sentarse en la vieja mecedora. Para descansar. Que estaba muy cansada vuestra vida. Es posible que pudiera haberse aprovechado mejor ese paréntesis de vida sin vida. También es posible que pudiera haberse aprovechado peor. Incluso podría no haberse aprovechado. El caso es que ahora estáis el uno frente al otro, preguntando si perdisteis el tiempo. Al menos sacasteis una pregunta de todo aquello.
Dicen que cuando la vida ha estado más de un año meciéndose, ya se le han quitado las ganas de mecedora, y entonces se levanta. Y la vida vuelve a vuestra vida, porque ya no está cansada. Sigue siendo mayor, pero no está cansada. Y entonces te dice que no flotes, y te engancha los pies en el suelo, y entonces te ayuda.
Ha pasado más tiempo, y ella aún está más tranquila que antes, y tú sigues aquí, no sé si más tranquilo o más nervioso, pero mucho más aquí que cuando tu vida estaba meciéndose… Mucho más aquí que cuando tu vida, estaba tan lejos de tu vida…

domingo, 30 de agosto de 2009

MIEDO


Un día la quiso, pero nadie le creyó. Ni tan siquiera ella le creyó.
—¿Cómo me vas a querer?—Le preguntó la chica.
—Pues no sé, te quiero. Siento que te quiero, hay algo que me hace sospechar que te quiero.
—¿Y desde cuando me quieres? ¿Desde ayer? ¿Desde hoy? No nos hemos visto casi…
—¿Y qué? La gente debería quererse sin conocerse. Mejor eso que matarnos todos con todos, que ir todos contra todos, ¿no?
—Eres raro...—Concluyó ella.
Y ambos concluyeron también. Él no quiso luchar por ella, porque ella nunca se lo pidió. Y ella… ella tenía miedo. Miedo de sufrir y miedo de pasárselo bien.
A veces la gente camina miedo, duerme miedo, bebe y come miedo, y por supuesto, llora miedo. Él hace tiempo me dijo, que el miedo era lo contrario del amor, yo, torpe de mí le contesté rápidamente: “Será el desamor lo contrario del amor, ¿no?” Que tonto estaba, ahora entiendo aquello que me dijo. Lo veo pasear sin rumbo, porque desde que la conoció ya no tiene un rumbo fijo, y entonces lo comprendo. A veces sale a la calle con la excusa de tragar aire, pero tan solo sale para forzar un encontronazo casual con ella, y que las cosas se arreglen… De todas formas, si tanto la busca y nunca se la encuentra, será que alguien no quiere ser encontrada, o que él, en realidad, tampoco hace mucho por buscarla. Yo de ella se muy poco, sé que es muy bonita, que tiene cara de Luna, sí, de Luna, no sé como explicarlo. De esas caras que necesitas mirar cuando te sientes muy solo, cómo la Luna… No sé, nunca fui un “Sabina”. Hubo un tiempo que lo intenté, pero creo que no era ese mi papel en la Tierra.
De ella hoy ya no se nada, de él lo sé todo. Y a veces, le agarro del alma y le digo: “¿Por qué no sales a buscar otro amor?” Y él me contesta: “Porque tengo miedo”, y siempre añade “¿Ves como el miedo es lo contrario del amor?”… Ahora le entiendo, que tonto estuve entonces… Ahora entiendo todo aquello que me dijo.

DICEN...


Dicen que somos caracoles, siempre han ido tan de prisa, que nunca se han parado a pensar hacía donde iban. Dicen que tenemos veneno en la sangre, que no sabemos hacer nada más que no hacer nada, que somos la generación que ha de levantar a otras generaciones, y nos ven sin ganas... Pero ellos solo dicen... y dicen... y siguen diciendo... Ellos nunca preguntan, no entienden que quizá estemos abriendo los ojos, abriendo los ojos al fin. Que quizá somos esa generación que va a reinventar el planeta, porque el planeta está triste, y eso no lo dicen, de eso no hablan. Hablan de guerras, dicen que saben mucho de epidemias futuras que acabarán con la humanidad... Pero nada más, poco más. Saben bien de lo que está mal. Eso lo dominan. ¿Pero... hay algo que esté bien? Los caracoles seguro que pensamos que sí. Por eso no tenemos prisa. Nos gusta saborear cada surco de pasto, hilvanar un segundo tras otro, sin esperar o pensar en cuánto nos queda... Cuánto nos queda, ellos se lo preguntan mucho. ¿Cuánto me queda? Se preguntan los unos a los otros... Y si no lo preguntan es porque no se atreven, pero lo piensan, están continuamente pensándolo. Los caracoles no les culpamos, sabemos que ellos son así, tan solo esperamos que un día se den cuenta, que lo que les queda, respira justo al lado de ellos, en este mismo momento. Los caracoles también deseamos cada atardecer, con fuerza, que abran los ojos. Por ellos, sí, claro, pero también por nosotros. Y es que a veces, llevan tanta prisa que no tienen los ojos despiertos, y entonces no respetan nuestro ritmo, y como si fueramos la simple nada que se cruza en su camino, nos pisan, sin mirar, pero nos pisan, y es en ese preciso momento cuando nuestro momento, que parecía eterno se termina, y ellos siguen su marcha, sin ni tan siquiera preguntarse, al vernos aplastados en medio de la cera, cuánto nos quedaba. Cuánto nos quedaba, a nosotros,a los que siempre nos pareció todo tan eterno...