jueves, 22 de octubre de 2009

LAS ONCE



Ayer fueron las once de la noche, para siempre. El tiempo se volvió piedra, inamovible. Ahora que todo iba tan rápido, las once de la noche se transformaron en piedra. En esa piedra me siento de vez en cuando, para no ver pasar lo que ya no pasa. Siempre luna, siempre estrella, siempre noche… ¿Cómo estarán los seres que viven de un tiempo normal? ¿Cómo será su Sol? ¿Cómo sus días? Me paro a percibir el eco de los grillos, como el poeta. Pero yo no soy el poeta, al poco me aburro. Y siguen siendo las once, enciendo un cigarro, mientras espero que ella me arranque este maleficio extraño. Pero nadie llama, ni ella ni nadie, debo haberme parado tanto, que para el resto habré dejado de existir. Y es que seguro que ellos no están sentados sobre una piedra que siempre marca las once de la noche. Tengo hambre, pero ya cerraron las tiendas. Y si esto no cambia, estarán cerradas para siempre. Me alimento entonces de esta tierna ingenuidad de niño caprichoso, el que juega a ser hombre, el mismo que hace cuatro horas abandonó el castillo de naipes por miedo a su derrumbe. Que lindo nos estaba quedando… ¿Dónde vivirás tú? ¿Se habrá empedrado tu tiempo también? Quiero mancharlo todo, anudarme las botas y salir de esta fría trinchera, quiero robarle el machete a los que luchan, y salir a cazar algo. Pero solo sigo sentado en la piedra, y de tanta piedra mis piernas son piedra, mis mano son piedras, y esa sonrisa que tanto te gustaba, ahora tan solo es piedra. A veces, a esta petrificada hora, una gata maúlla. No veo su lengua, ni sus ojos, no alcanzó a ver nada. Solo la oigo. Me levanto y asomo mis pensamientos por el balcón. La ilusión de esperarte a ti maullando en las puertas de mi casa hace que la piedra comience a resquebrajarse, y que los minutos, al menos, avancen lentos. Pero justo al pasar uno, justo al percibir el olor de gata sin tu olor, al observar que sus ojos no son los tuyos. Vuelven a dar las once, y ya no da para más. Todo igual, la piedra, la luna, la estrella, la noche, los grillos… Las once.
Y espero, espero a que ella me arranque el maleficio. Justo a la hora en que muchos hombres aún no pueden dormir, justo a la hora en que los Soles brillan muy lejos de aquí, justo a esa hora de piedra, justo a las once.

1 comentario:

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